Tres días después me decido a analizar lo
sucedido en la vuelta de la Supercopa española. Tres días en los que me ha dado
tiempo a masticar el cabreo inicial, a dejar distancia para valorar lo que el
miércoles por la noche sentí, que no fue otra cosa que una impotencia tremenda
al ver la primera media hora del Barça, absolutamente irreconocible sobre el
terreno de juego.
Vaya por delante que, en mi
caso, no se trata de ganar o perder. Obviamente, preferiría que mi equipo
ganara siempre y levantara todo lo que hubiera en juego. Así ha sido en los
últimos años y lo idílico de la situación nos hace ser exigentes con los jugadores
que nos han llevado al éxtasis competición tras competición. Por supuesto que
pueden perder. Es más, me atrevería a afirmar que sería lo normal: lo anormal,
lo extraordinario, ha sido lo conseguido hasta ahora. Lo que ocurre es que hay
una gran diferencia entre perder con el orgullo que se sacó en el segundo
tiempo, que tuvo enmudecido al Bernabéu hasta el minuto 93, y el desastre
colectivo que supuso la primera media hora, en la que se tiró por la borda el
fantástico trabajo de la ida en apenas diez minutos.
Sí, han leído bien: se trató
de un desastre colectivo. Aunque fallaron dos jugadores en concreto (Mascherano
en el despeje y Piqué confiándose demasiado), los errores los considero fruto
de la dejadez de todo el equipo, desde el primero hasta el último. Durante esos
fatídicos treinta minutos, la delantera apenas presionó (en nuestro sistema,
para que se consiga el perfecto engrasado de sus piezas, los delanteros son
fundamentales en defensa y los defensas son básicos para iniciar los ataques),
el centro del campo se empecinó en batallar individualmente, con regates
absurdos, pases sin sentido, absolutamente previsibles, y demasiado estáticos
en el juego sin balón. En estas circunstancias, la defensa se encontró vendida
no una vez: una tras otra. Lo que ocurre es que, unas veces Valdés, otras la
mala puntería de la delantera blanca y en otras la rectificación de los
centrales malograron las numerosas ocasiones creadas.
Para alguien supersticiosa
como yo, cuando algo empieza mal sólo puede empeorar. Así lo pensé cuando vi en
el once titular a Jordi Alba y a Adriano. No deja de ser un contratiempo que
Alves note molestias en el calentamiento, que tengas que incluir a otro jugador
en frío y que te veas obligado a llamar de la grada a un descartado. Para colmo,
el propio Adriano fue justamente expulsado y Tito tuvo que dar entrada a
Montoya, que de estar cómodamente sentado en la tribuna pasó a lidiar con CR.
Caprichos del destino, el descartado lo hizo mejor que el suplente, ya que la
entrada del canterano serenó la defensa, que hasta entonces había tenido muchos
problemas por esa banda.
Además de la empanada total
del principio, hubo varios detalles del partido que no me gustaron en absoluto.
Por ejemplo, un delantero como Alexis Sánchez no puede preferir tirarse al
sentir el mínimo contacto a definir en el área cuando estaba en perfectas
condiciones de hacerlo. Otro aspecto negativo es la escasa participación que
está teniendo Leo Messi en el juego del equipo. Me tacharán de loca porque el
argentino, que acortó distancias con un magistral lanzamiento de falta, ha
iniciado la temporada arrollando las porterías rivales... Marca goles, sí, pero
su participación en las tareas defensivas y en el juego colectivo sin balón
está dejando mucho que desear. No sé si es falta de preparación física a estas
alturas de temporada, si es porque Vilanova le exime de defender o si no se
siente cómodo en el campo por algún motivo, pero el caso es que participa mucho
menos en las triangulaciones y pide el balón al pie. Su juego es demasiado
previsible y, cada vez que interviene, o tiene que sortear diez rivales o se le
anticipan con facilidad.
Por el contrario, a pesar de
la derrota (no nos engañemos: esta Supercopa no vale ni más ni menos que las
tres anteriores que ganó este equipo; se le da importancia y relevancia porque
es ante el eterno rival), hay varios aspectos para la esperanza. En primer
lugar, el papel de Montoya: el chaval cumplió a la perfección, incluso tuvo la
oportunidad de marcar al final, pero su disparo fue demasiado inocente. En
segundo lugar, la reacción desde el banquillo: Vilanova es un tipo con
personalidad al que no le tiembla el pulso a la hora sentar al que no está bien
(Cesc ni calentó) y dar la oportunidad a quien él cree que se lo merece (caso
de Tello). La mano del técnico se notó en los cambios y en no renunciar al
estilo pese a jugar con uno menos (aunque yo hubiera sacado a Villa, por
experiencia y por el pánico que hubiera cundido en la grada ante el Guaje). Por
último, por fin parece que tenemos sustituto de garantías para Busquets: debutó
Song y lo hizo sin amilanarse, dando velocidad al balón y jugando al primer
toque.
En definitiva: primera derrota
y primer título que se esfuma. Lo peor es que se dejó pasar la oportunidad de
dar una estocada mortal al eterno rival, a cinco puntos en la Liga y sumido en
la primera crisis de la temporada. Lo mejor es que en el fútbol siempre hay
revancha y, a buen seguro, nuestros caminos se volverán a cruzar. De los
jugadores depende aprender de los errores y mejorar. Esto es sólo el principio.
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