El Barça de Tito Vilanova iguala el mejor inicio
de la historia del club catalán, que hasta ahora ostentaba Louis Van Gaal. Y lo
hace con una manita, uno de los resultados más repetidos en las últimas
campañas por los jugadores culés. Lo ha conseguido, además, en un campo siempre
complicado, por las dimensiones, por la presión del público, por el oficio que
suelen tener los jugadores rayistas, que en esta temporada están practicando
buen fútbol y divirtiendo a su siempre entregada afición.
Era difícil solventar la
papeleta después de una semana de gran desgaste: el partido contra el
Deportivo, jugando durante muchos minutos con diez hombres por la rigurosa
expulsión de Mascherano y el polémico arbitraje de Velasco Carballo; el duelo
contra el Celtic, saldado con una victoria in extremis, que obligó a un
sobreesfuerzo físico y mental hasta el último suspiro; las bajas defensivas,
con Mascherano sancionado, obligaban a una nueva defensa de circunstancias. De
hecho, el técnico blaugrana se vio obligado a improvisar una nueva línea
defensiva, con Montoya, Busquets, Adriano y Jordi Alba.
Sin embargo, cuando las
circunstancias eran menos propicias, la plantilla volvió a responder y el
equipo cuajó un excelente encuentro. No en vano, la debilidad atrás fue
compensada con un alto nivel de concentración y presión por parte de todos.
Además, se imprimió una velocidad de vértigo al esférico, ya que uno de los
peligros del Rayo Vallecano es la presión que ejerce muy arriba para recuperar
el balón. Villa y Pedro tiraron diagonales continuamente, lo que estiró el
campo y facilitó los pases entre líneas.
Precisamente en uno de ellos
llegó el primer tanto, obra del Guaje. El asturiano, que volvía a la
titularidad para ir acumulando minutos y rodaje en su puesta a punto, se
desmarcó por el centro y Cesc Fàbregas, que parece haber recuperado totalmente
la confianza tras un inicio de campaña titubeante, le asistió para que, al
primer toque, batiera al meta rival. Villa es ya el segundo goleador culé:
anota un tanto cada 65 minutos. A pesar de su escasa presencia en el once, sus
tantos dan puntos, como en Sevilla, o abren la lata, como ayer. Son, pues,
decisivos.
Hubo que esperar hasta la
segunda mitad para ver un auténtico festín de goles visitantes: Messi, asistido
por Montoya (el chaval sigue demostrando que o Alves se pone las pilas o
acabará sentándolo más pronto que tarde) lograba el segundo; Xavi, celebrando
con su medio centenar de tantos con el Barça su merecidísimo Premio Príncipe de
Asturias de los Deportes, hacía el tercero; Fàbregas, que no sólo asiste,
también marca, anotaba el cuarto; y nuevamente Leo, que se destaca como
pichichi a un día de recibir la Bota de Oro de la campaña pasada, lograba el
quinto y definitivo tanto, que lo sitúa a dos del récord de Pelé y a catorce
del de Müller. No fueron los siete del pasado año, pero sin duda se trata de
una victoria de mérito para continuar al frente de la clasificación y mantener
la distancia con el eterno rival, que una semana más será de al menos ocho puntos.
Con la Champions más que
encarrilada, la Copa del Rey comienza a cobrar protagonismo a partir de ahora.
Los menos habituales tendrán ocasión de reivindicarse el próximo martes y
ponérselo difícil a Tito para decidir el once titular en cada partido. Será la
oportunidad de Dos Santos, Bartra, Sergi Roberto... y, mientras tanto, seguirán
corriendo los días para ver si la enfermería se vacía.