Dicen los entendidos que el fútbol es un estado
de ánimo. De ahí que cuanto más y mejores buenos resultados hayas cosechado,
por inercia y optimismo, mejor juegas, más confianza tienes y hasta a veces el
factor suerte, ese que hace que la pelotita vaya al palo y salga o, por el
contrario, entre en la portería, se pone a tu favor. Pues el Barça se
halla inmerso en una dinámica totalmente opuesta a este panorama idílico: por
primera vez en la temporada, al equipo lo asaltan las dudas y al cuerpo técnico
le arrecian las críticas.
Obviamente, el escenario para
enfrentarse al máximo rival no era el adecuado: una derrota en Milán que
complica mucho el pase en la Champions y una victoria pidiendo la hora y con
muchas dudas sobre el Sevilla para mantener la ventaja en Liga. El resultado de
la ida copera era favorable, pero también es cierto que pudo ser mayor, se
fallaron ocasiones clamorosas y la eliminatoria, que pudo haberse sentenciado
en la capital, llegaba abierta al Camp Nou. Ante este panorama, hay que
reconocerlo, Mourinho ha sabido jugar mejor sus cartas. El portugués sigue
encerrándose contra los culés, pero ya no se acula, sino que presiona cuanto
más arriba mejor, y aprovecha las principales virtudes de sus jugadores: el
juego directo, la salida a la contra. Además, se encontró con un Barça que
comenzó bien, pero un error infantil de Piqué en un penalty claro sobre CR le
puso de cara el marcador. Y ahí ellos, a la contra, sí que suelen aprovechar
las que tienen.
Probablemente el encuentro
habría cambiado si el colegiado, del que se habló mucho en la previa, hubiera
señalado otra pena máxima a favor de los locales de Xabi Alonso sobre Pedro.
Pero ahí a Undiano se le encogió el pito. El partido iba 0-1. El resto, el
descalabro posterior, ya lo vieron, ya lo saben. Desde el club no han querido
excusarse en este error: han asumido que ellos fueron mejores y han optado por
tratar de pasar página lo antes posible, tratar de cerrar las heridas.
Obviamente, quedar eliminados de la Copa no es, per se, un descalabro absoluto: el Barça ha llegado a semifinales,
ha caído ante un rival que supo jugar sus cartas mejor, y punto. Lo que nubla
el estado de ánimo del culé es, por una parte, la escasa o nula capacidad de
reacción mostrada por el equipo en los dos partidos de nivel jugados en apenas
una semana (ante Milán y ante los blancos); y, por otra, ese futuro incierto en
la Champions, en la que caer en octavos sí que no estaba previsto (y está más
cerca que otros años).
Los malos resultados obtenidos
han reabierto el debate que las victorias tapaban: el del entrenador. Desde el
punto de vista humano, la directiva del F.C. Barcelona está teniendo un
comportamiento ejemplar y está esperando a que Tito se restablezca
completamente sin presionarlo. Sin embargo, desde el punto de vista deportivo, la
medida está siendo muy cuestionada desde los medios y desde una parte
importante de la afición. Es verdad que Vilanova estuvo en la Supercopa y se
perdió, pero también lo es que la imagen del equipo, con diez buena parte del
partido de vuelta, cambió con los cambios introducidos en el descanso y a punto
estuvo de llevarse el trofeo in extremis si Montoya hubiera acertado con su
galopada final. Sin el entrenador, la autogestión no está funcionando, desde mi
punto de vista, por dos motivos: porque siempre juegan los mismos; y porque
falta liderazgo en el banquillo.
Si el equipo quiere corregir
errores, debe partirse de la autocrítica. Y el hecho de que, cuando llegue una
cita importante, haya jugadores que jueguen por sistema, lo hagan bien o mal,
acomoda a los titulares y desespera a los suplentes. Voy a poner dos ejemplos
claros: Cesc Fàbregas y Pedro. El primero hace varios partidos que deambula por
el campo. Como el año pasado, su bajón físico en las segundas vueltas empieza a
pasarle factura. ¿Por qué, si ante el Milán ni se le vio, fue titular ante los
de Mou? El caso del canario es similar: desde hace más de un mes ni encara, ni
desborda, ni marca, ni la pide al espacio. Tampoco se ha prodigado en ayudas a
los laterales, dejando "vendido" a Alves en más de una ocasión. Si la
solución pasa por la entrada de otro perfil de jugador y variar ligeramente el
esquema, jugar con extremo (como Tello) y nueve (como Villa), habrá que
intentarlo. Ya se ha comprobado que, como se viene haciendo, no funciona.
Sobre la ausencia de liderazgo
en el banquillo, voy a poner un ejemplo práctico. Si yo, como profesora, me
pongo enferma unos días, en mi instituto un profesor de guardia cubre mis
clases. Yo puedo dejar tarea a mis alumnos, el profesor de guardia puede
supervisar que la hacen, pero si mi ausencia va a ser prolongada, tendrá que
venir alguien interino que asuma mi puesto, que mis alumnos identifiquen como
alguien que los va a evaluar, que les va a poner las notas que se merezcan. Lo
mismo está sucediendo a nuestros jugadores. En este caso, no se trata tanto de
poner a otro míster de fuera como de asumir que quienes están tienen el mismo
poder que Tito sobre ellos. Quizás el intervencionismo del entrenador desde la
distancia está haciendo más mal que bien, a pesar de que se hace con toda la
buena voluntad.
Obviamente, respeto
profundamente la labor de Roura y el cuerpo técnico con la papeleta que les ha
caído. Además, es una suerte que gracias a las tecnologías, nuestro entrenador
pueda seguir hasta los entrenamientos desde Nueva York. Pero, para que el
liderazgo del segundo se vea tan claro como el del primer entrenador, los
jugadores deben identificarlo como tal. El banquillo no puede esperar una
llamada para hacer un cambio, no puede dejar la configuración del equipo cada
partido en manos de alguien que no los ve entrenar. El contacto directo, las
sensaciones que se palpan en el día a día y a pie de césped durante un
encuentro no las transmite una cámara.
A pesar de todos estos
inconvenientes, es necesario recordar algo: aunque el equipo caiga en
Champions, a pesar de estar fuera de la Copa, la Liga, el torneo de la
regularidad, está muy encarrilada. Quizás por la diferencia alcanzada no se
valora la posición de privilegio que ocupa esta plantilla, ganada a pulso jornada
a jornada. Dicha posición es tan buena que, en caso de caer mañana en el campo
del tercero, saldríamos a trece puntos de ellos. A principios de temporada lo
habríamos firmado con los ojos cerrados. Piénsalo bien, culé: ellos están
celebrando el pase a una final (aún no tienen garantizado el título tampoco,
porque a un partido puede pasar cualquier cosa) y lo tienen complicado también
en Champions, porque Old Trafford no es ninguna perita en dulce. Y sin embargo
parecen que son los que nos sacan dieciséis puntos a nosotros, que tenemos en
nuestra mano el segundo título más importante, dependiendo de nosotros mismos,
pudiendo hasta fallar varias veces. A lo mejor es que estos jugadores, que
tanto nos han hecho disfrutar, tampoco son tan malos como nos quieren hacer
creer últimamente..,