Hace apenas unos días, cuando Pep Guardiola anunció, escoltado por Andoni Zubizarreta y Sandro Rosell, que no seguiría al frente del banquillo del F.C. Barcelona, llamó la atención que en la concurrida sala de prensa no estuviera Leo Messi. El argentino, el jugador que más ha crecido desde que llegó el de Santpedor, ganador de las tres últimas ediciones del Balón de Oro (y probablemente camino de la cuarta), excusó su ausencia debido a su timidez y a la emotividad del momento. No quería que las cámaras captaran la tristeza que sentía por la marcha de la persona que, junto a Frank Rijkaard, quien lo hizo debutar con dieciséis años, ha marcado su carrera. En aquel momento, los tres representantes del club, Pep, Sandro y Zubi, no dudaron en afirmar que Messi estaba allí; que, de alguna u otra manera, estaba con ellos.
En la emotiva noche de ayer, en la que el Camp
Nou se vistió de gala para despedir al mejor entrenador en la historia del
club, Messi, hombre de pocas palabras, prefirió hablar donde mejor sabe, sobre
el campo, y rindió su propio y sentido homenaje a Guardiola con un póker de
goles. Uno tras otro, le fue dedicando a Pep cada uno de los tantos que
consiguió en una de las noches más especiales para la parroquia blaugrana. De
falta, de penalty por dos veces (muy fácil pitarlos ahora, ciertamente) y de
jugada, el argentino destapó por enésima vez el tarro de las esencias para
alcanzar unas cifras de récord: 78 tantos en la temporada, 50 de ellos en Liga,
donde es pichichi destacado con cinco de ventaja sobre el segundo, a falta de
una jornada. En el cuarto, Leo no pudo evitar hacer caso a su corazón y se
dirigió al banquillo, donde se organizó una piña de jugadores en torno al
técnico culé.
Se trató de un ensayo general para lo que el
club le tenía reservado a Pep. Al finalizar el encuentro, sus jugadores le desobedecieron
por primera vez en cuatro años: no quisieron acompañarlo al círculo central, a
pesar de su insistencia. Sabían que era su noche, que ni siquiera ese póker de
Messi ensombrecería su protagonismo. Un vídeo de sus mejores momentos al frente
del club de su vida y una canción de su amigo Lluís Llach (Que tinguem sort)
dieron paso a las esperadas palabras de despedida de Guardiola, quien, como en
cada una de sus ruedas de prensa, sentó cátedra y dejó perlas como las
siguientes: "No sabéis el cariño y la felicidad que me llevo a casa",
"El que más pierde soy yo", "Os dejo en las mejores manos",
"Esto tendrá larga vida" y, sobre todo, "Hasta pronto, que a mí
no me perderéis nunca". La afición culé es consciente del barcelonismo de
Pep y no tiene ninguna duda de que el técnico regresará cuando sienta que el
club necesita su ayuda.
El Viva
la vida! de Cold Play, el
manteo posterior y la sardana final pusieron el punto y seguido la etapa más
brillante de la historia del F.C. Barcelona, que puede verse redondeada el
próximo 25 de mayo si se consigue la Copa del Rey. Sería el colofón ideal para
un equipo que ha hecho historia, no sólo en la Liga española, sino en el fútbol
europeo y mundial. El Barça, acostumbrado a ver marchar a los ídolos por la
puerta de atrás, a fustigarse al menor contratiempo, al pesimismo generalizado
y al complejo de inferioridad, en el último mes ha dado una muestra de madurez
que sólo el paso del tiempo dirá si es definitiva: la afición ha apoyado
incondicionalmente al equipo, a pesar de los duros reveses sufridos; y se ha
rendido el mejor homenaje posible al mejor entrenador de su historia. Ambos,
Pep y el Barça, el Barça y Pep, pueden mirar al futuro con la satisfacción que
da el trabajo bien hecho. A buen seguro que sus caminos volverán a encontrarse
muy pronto.