Han sido unos días difíciles, convulsos para el
barcelonista. Acostumbrados a las mieles del éxito, a muchos nos ha costado
asimilar que este equipo de leyenda haya mordido el polvo ante el Bayern de
Munich... Y de qué manera. Un aplastante parcial de 7-0, un jarrazo de agua
fría que no dio opción a remontada alguna, que nos deja fuera de Wembley, de
nuestro Wembley. Al menos nos queda el consuelo de que nuestro templo no será
profanado por el máximo rival, que también sucumbió ante otros alemanes, menos efectivos,
menos arrolladores, pero en la final también.
Por ello era tan importante recuperar sensaciones cuanto antes, tratar de
acabar con las voces que hablan de revolución, de cambios drásticos, de
derribar un estilo que nos ha llevado a la excelencia y que, bien aplicado, nos
seguirá conduciendo a la admiración del mundo futbolístico. Únicamente se trata
de tocar las teclas concretas, dos o tres, para volver a ser competitivos. En
mi opinión, modesta, como la tuya, que me lees con más o menos frecuencia,
hacen falta retoques, pero quienes llevan semejantes números en los últimos
años no se olvidan de jugar de la noche a la mañana.
Tiempo habrá de analizar el futuro. Detengámonos en el presente y en el
pasado inmediato, el de ayer. Muy pronto se volvió a poner la cosa cuesta
arriba: minuto 1, falta de entendimiento defensivo y gol de Pabón. Viejos
fantasmas, también con el Betis como protagonista (en la Liga 2006/2007, un
tanto de Sobis nos quitó el liderato y, a la postre, el título) revivían en el
"soci". Y eso que Alexis empató pronto (minuto 9), y que un desafortunado
David Villa falló hasta tres clamorosas ocasiones que podrían haber supuesto
ventaja amplia en el marcador. El público, impaciente y nervioso, se lo
recriminó con pitos. La desesperación cundió cuando, antes del descanso, Rubén
Pérez se sacó un zambombazo desde fuera del área a la escuadra de Pinto, que
nada pudo hacer por detenerlo.
Fueron quince largos minutos. Un cuarto de hora de cábalas, de ponerse en
lo peor. Y lo peor era dejar escapar esos 11 puntos: con la derrota, el Barça
se situaba a 8 puntos, que este miércoles podrían haber sido 5, ya que el
segundo adelanta su partido por la final de Copa; y, encima, los inmediatos
perseguidores juegan el sábado, antes que el Barça, por lo que el conjunto de
Vilanova podría haber saltado al Vicente Calderón con sólo dos puntos de
ventaja sobre el segundo.
Afortunadamente, hay alguien en este equipo que se encarga de tachar el
condicional como tiempo verbal: para Messi no existen hipótesis, sino hechos.
Fue suficiente verlo calentar en la banda para que cundiera el nerviosismo
entre los béticos. Y cuando se preparaba para entrar, Villa, al que sustituyó,
lograba el empate, por fin, de cabezazo ante Adrián a centro de Alves.
Posteriormente, Leo se sacó una genialidad tras otra: golazo de falta directa;
otro libre directo a la cruceta; y una jugada imposible con otro mago, Andrés
Iniesta, cuyo taconazo hacia Alexis es para verlo repetido eternamente. 4-2 y
tres puntos a la buchaca, que dejan la Liga a tan sólo dos.
¡Cómo cambiaron las cuentas de la lechera en apenas media hora! De tener
al segundo a dos puntos, a quizás cantar el alirón el miércoles. Para ello,
Manuel Pellegrini debe ejecutar su "venganza" en el Bernabéu ante
Florentino y evitar una victoria blanca. Sería una forma extraña de ganar la Liga,
pero, tal y como ha ido el año, lo mejor que le puede pasar al equipo es
zanjarla cuanto antes. Y, si no, dependeremos de nosotros mismos el domingo,
ante el Atleti.
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